El año en el que aún existía Espinete, el icono de mi generación, que nos acompañaba mientras, al volver del colegio, devorábamos el bocadillo de Nocilla que mamá nos había preparado. El año que Perico ganó por fin el Tour y eso nos hacía felices. También existía aún la Unión Soviética, la que ganó más medallas en las olimpiadas de invierno de Calgary, donde Blanca Fernández Ochoa, ganó un bronce que, sin saber por qué, también nos hacía felices. La canción se llamaba precisamente Calgary 88, y sin entenderlo muy bien, sabía que hablaba del pasado, de amor, de una pareja que competía en esas olimpiadas, de un jurado… e intuía al final que la historia acababa bien. Consiguió que sonriera. Y eso que las historias de amor que acaban bien suelen ser muy aburridas en el mundo del arte… Pero la canción, suave, tranquila, pero con una melodía realmente bonita y pegadiza (como los años 80), conseguía que desearas que contara lo que contara, acabara bien. Quizá porque para mi inocente generación, en los años 80 creíamos que nada podía salirnos mal y que el mundo era de color de rosa, o verde, que era mi color favorito.
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